El espectáculo surge de una fascinación. La de la bailaora por las músicas primero y la naturaleza más tarde, de las islas Amami. Si Japón tiene ese aire de misterio para todos los occidentales, las islas Amami son misteriosas, fascinantes, incluso para los propios japoneses. Es un espectáculo íntimo, personal, de cómo esta cultura, esta tierra, removió el alma de Yerbabuena. La bailaora se ha acercado con mucho tacto, con mucho respeto, con enorme sensibilidad a este mundo y a lo que significa. La obra incorpora muchos elementos de la espiritualidad sintoista, como el culto a la tierra, la sacralidad de los árboles y de la luna. El círculo, lo femenino. Que en el flamenco tiene la forma de la bata de cola, que vimos en la caña, del mantón, que vimos en las cartageneras. También lo masculino que hay en toda mujer en forma del zapateado prodigioso de la granadina, en este caso dentro del círculo. El culto a la naturaleza y a los animales: el baile del zorro, uno de los momentos.