Cada dos años, cuando llega el mes de septiembre, Sevilla no solo luce el color especial que, de por sí, ya tiene. Desde el corazón de la ciudad hasta la Isla de la Cartuja, pasando por La Alameda, Triana o las riberas del Guadalquivir, en cada barrio se respira y se siente el flamenco. Se vive profundamente. Tal vez, como nunca -al menos, durante el resto del año-. Porque para eso existe La Bienal, para consagrar este preciado Bien Inmaterial de la Humanidad que es el Flamenco, y ya son veinte ediciones las que suma una cita que nos da a l@s artistas la oportunidad de reencontrarnos y de ponernos al día en nuestras respectivas carreras.
Dice el refrán que aquel que siembra, recoge, y esta nueva edición de la Bienal es precisamente eso. 2018 ha sido un año de muchísimos cambios. De retos y de apuestas, y llega el momento de recoger. En la XX Bienal de Flamenco estoy multiplicada. Poco antes de que eche su cierre, el 29 de septiembre, el Teatro de la Maestranza acogerá la presentación de mi nuevo espectáculo, Cuentos de Azúcar, un diálogo entre Occidente y Oriente; entre la visceralidad del flamenco y las tradiciones de la isla japonesa de Amami.
Pero, antes, el jueves, día 13, Paco Jarana, el hombre que, desde hace más de veinte años, comparte conmigo su vida personal y artística, actuará por primera vez en solitario en la Bienal, acompañado de Antonio Coronel y Rafael Heredia, en la percusión, y Oruco y Manuel Valencia a las palmas. Programado para el Espacio Turina, Flamencorio es el título de una propuesta, bautizada por nuestra hija pequeña, en la que se podrán escuchar piezas de algunos espectáculos señeros de la compañía y otros tantos nuevos.
No puedo ocultar los nervios, pero soy consciente de que es una forma de evolucionar de otra manera. Como crecer es también haber asumido la dirección escénica y la dramaturgia del nuevo espectáculo de la bailaora gaditana María Moreno: De la Concepción. Nos sentamos un día, alrededor de una mesa, delante de un café, y María me espetó: “Yo quiero que tú hagas la dirección escénica de mi espectáculo. De la Concepción, en honor de mi madre”. La mujer, la artista, que me lo pedía tenía la determinación de la niña que, en 2004, entró a formar parte de mi propia compañía, tras una audición en la que era imposible no ver su potencial, lo que podía llegar a dar. Y, una vez más, pero 14 años después, volví a decirle “sí”.
A partir de un título, empezamos a trabajar, y la experiencia ha sido muy gratificante: un sueño cumplido para ella que se estrenará el día 25, en el Teatro Central, y, para mí, el principio de un camino que solo acaba de comenzar. A estas alturas, después de más de una docena de espectáculos propios, si algo he asumido como natural en mi trayectoria artística es la creación, y, poco a poco, mi deseo es poner esa experiencia al servicio de otr@s artistas.