Ángeles Castellano. Crítica de El País sobre Cuentos de Azúcar. Bienal de Flamenco 2018
Cuando se cumplen 20 años del arranque de la compañía que fundó y que lleva su nombre, la bailaora y coreógrafa Eva Yerbabuena (Eva Garrido, Francfort, 1970) estrena un espectáculo que le ha obligado a trabajar desde cero, sin referencias ni asideros, guiada por la intuición y sin posibilidad de usar siquiera el idioma como vehículo de comunicación. Junto a Paco Jarana, compositor, y Anna Sato, cantante de shima uta –música tradicional de Amami, una colonia japonesa– han creado Cuentos de azúcar, pre-estrenada en el Festival del Grec de Barcelona y que el próximo 29 de septiembre estará sobre las tablas de la Bienal de Flamenco de Sevilla.
La historia arranca en febrero de 2016. En el Teatro Villamarta de Jerez, la bailaora estrena Apariencias. Entre el público hay mucha gente conocida, que tras la representación pasan a los camerinos a saludar y felicitar a la artista. En ese encuentro le presentan a Anna Sato, que le entrega un CD propio. La bailaora lo recoge con curiosidad, y unos días después, pasado el torbellino del estreno, lo escucha. “Anna tiene una voz que hipnotiza”, explica Yerbabuena con admiración. Sin entender nada de lo que está oyendo, queda cautivada por su voz, y en ese mismo instante decide que quiere trabajar con Sato. Va a buscarla hasta Gotemburgo, donde la japonesa actúa, y le convence para abrir una vía de colaboración. A través de un amigo en común que traduce como puede –el idioma de Sato es el amami y apenas habla japonés, inglés o español– Yerbabuena sintió una fuerte conexión entre las historias de las canciones populares de shima uta y los cuentos tradicionales que de niña escuchaba en Granada y comenzaron a tratar de organizar ese encuentro entre las dos culturas que es ahora este espectáculo.“La intuición ha estado ahí desde el primer día”, recuerda Yerbabuena. “Es como cuando ves a los niños que son capaces de utilizar de manera intuitiva una tablet o un móvil… Muchas veces sobran las palabras, no poderte comunicar a través del idioma te lleva a otros sitios. Al final llegas a entender otra cosa, no es lo mismo hablado o contado que cuando está la música y los movimientos, es otro idioma mucho más rico, hay que dejarse llevar por la intuición, que cada vez perdemos más”.
La conexión que Yerbabuena sintió con Sato tiene que ver también con la manera en la que la cantante trae a la música actual toda la tradición de su tierra. “Eso entronca con el flamenco”, dice. Pero para empaparse mejor de esas historias, la compañía hizo una residencia en Amami. La isla fue durante mucho tiempo tierra de esclavos, obligados a cultivar la caña de azúcar y a los que no se les permitía producir ni el propio arroz base de su alimentación, que tenían que comprar a la metrópoli. Yerbabuena sintió cercanas su tradiciones, hasta las fiestas que celebran en ocasiones como el inicio de la siembra, para que la cosecha sea fructífera. “Para recibirnos nos reunieron en casa de un señor mayor que vive solo donde juntaron a todos los vecinos, nos mostraron sus bailes, toda la familia, incluso había una mujer recién parida que llevaba a su bebé encima, y ella bailaba…” Yerbabuena sintió que estaba en Jerez, en una de esas fiestas familiares que se celebran en Navidad con todo el barrio en la calle.
El resultado es un espectáculo en el que se van enlazando los cantos de Sato con piezas flamencas como la taranta, la seguiriya o una nana, sin fundirse, pero dialogando y que muestra el encuentro entre las dos culturas. “Está todo hilado para simplemente contar un momento y sentir lo más posible”.
Cuentos de azúcar no sólo ha descubierto a la bailaora una cultura que desconocía, además, le ha obligado a moverse de otra manera. “Allí está todo en torno al círculo, es muy curioso, hasta las copas de los árboles, es tremendo. Lo que hay en los templos, espejos que simbolizan el sol, dios, cómo se sientan en familia, el canto y los bailes…”, explica. Esto le hizo pedir, para la escenografía, un gran círculo en el suelo del que no sale prácticamente en toda la obra. “Es algo que está ahí continuamente, que te obliga a sacar otro tipo de movimiento, a girar siempre dentro de ese perímetro. No es nada fácil… Ha sido muy enriquecedor, poder sacar cosas de ti que no sabías que estaban ahí”.
Con este montaje, Eva Yerbabuena celebra los 20 años de su compañía, una de las más sólidas del flamenco actual. “No es nada fácil ser una mujer al frente”, explica. “Yo por eso valoro mucho a las mujeres que lo hicieron antes: La Argentinita, Pilar López, Carmen Amaya, Cristina Hoyos…” La clave del éxito, indica, está en contar con un equipo que sienta un compromiso que va más allá de lo artístico. “La gente tiene que sentir esa complicidad. Y yo creo que es verdad que las mujeres para eso tenemos una habilidad especial, ese punto de protección, de unión, que todo el mundo esté contento y feliz. Se trata de hacerles cómplices para que tengan la misma ilusión que tienes tú”.